Se acabó el invicto de 25 años en el caribe, La Sele queda en vergüenza
Crónica
El final empezó a escribirse desde el último partido en el Estadio Nacional. Aquella noche, con miles de gargantas empujando y un 4-1 que ilusionaba, la Selección parecía haber recuperado parte de su identidad. Sin embargo, cuando el árbitro pitó el cierre, el desafío que venía comenzó a asomar: el viaje al Caribe.
Los jóvenes sudaban por la presión, los veteranos apretaban el ambiente con palabras de experiencia y las semanas se hicieron eternas. Llegaron los entrenamientos, el momento de empacar, el vuelo rumbo a Curazao y, finalmente, la salida a la cancha. Los himnos resonaron, las pulsaciones subieron y el árbitro soltó el silbato que cambiaría la historia.
La pelota rodó y el reloj empezó a desgastar la paciencia. La Tricolor tuvo más control en los primeros pasajes, mientras Haití esperaba, estudiaba y golpeaba de vez en cuando con tímidos contrataques. El partido parecía congelado en un amague de empate: pocas emociones, mucha disputa en medio campo y un ambiente que no encontraba chispa.
Pero bastaba una jugada para que el país se contagiara de esperanza. Desde Curazao, miles de ticos que viajaron cantaban sin descanso, mientras en Costa Rica se vivía la tensión frente a las pantallas. Veinticinco años de historia sostenían la certeza de que el Caribe nunca había sido un territorio de derrota.
La defensa nacional resistía como podía, aunque el ritmo del juego se achicaba y por momentos parecía que ambos equipos chocaban contra sus propias dudas. Un par de faltas, algunos intentos aislados, pero ninguna señal de contundencia. Pese al bajo volumen ofensivo de Haití, los ticos sabían que un tropiezo sería un golpe directo a la memoria futbolística del país.
Y el golpe llegó.
Al minuto 43, como una pesadilla que irrumpió sin permiso, Haití encontró el espacio, la definición y el grito que silenció al caribe teñido de banderas costarricenses. El corazón de los ticos pareció detenerse: se esfumó la seguridad histórica, el invicto tembló y la primera parte cayó como un balde de agua fría.
La única luz, a lo lejos, era el marcador: Nicaragua le ganaba 1-0 a Honduras. Pero el mensaje era claro: no así, Sele. No con este nivel. No con esta fragilidad. En las gradas y en redes ya asomaban reclamos y dudas sobre Piojo Herrera.
La segunda mitad nació con rostros tensos y miradas perdidas. Los jugadores sabían lo que estaba en juego: la historia estaba a 45 minutos de romperse. Y conforme avanzaba el tiempo, la Tricolor se desinflaba. Intentos sin claridad, contragolpes desesperados, balonazos largos que obligaban hasta a Keylor Navas a salir de su zona para evitar el desastre.
Mientras tanto, solo el cuerpo técnico sabía que Nicaragua seguía ganando, un dato que mantenía a Costa Rica con vida matemática, pero hundida en lo futbolístico. En las gradas, muchos descubrieron que varias camisetas rojas no eran ticas, sino parte de la marea haitiana que celebraba una victoria parcial con aroma a hazaña.
Al minuto 59 llegaron los cambios. El regreso de Joel Campbell encendió una chispa; Celso Borges trató de darle orden; Alcocer salió golpeado minutos después. Los intentos crecieron, pero las ocasiones no alcanzaron. La Sele mejoró, sí, pero no lo suficiente para cambiar un destino que ya parecía escrito.
Con Honduras todavía perdiendo, la mesa estaba servida para asegurar la clasificación. Pero la Selección no carburó. Pasaban 65 minutos, y el equipo seguía atrapado en su propio desorden, incapaz de transformar la urgencia en fútbol. El reloj empujaba, la ansiedad pesaba, y el estadio se dividía entre esperanza y resignación.
A falta de 15 minutos, el cierre se volvió dramático. Llegaron ataques, centros, rechazos, y la sensación de que todo podía pasar. Pero lo que pasó fue lo inevitable: el pitazo final confirmó el dolor.
Veinticinco años después, Costa Rica volvió a perder en el Caribe.
El invicto cayó. La vergüenza quedó marcada . Y la clasificación, que parecía encaminada, se convirtió en una montaña empinada.
Ahora, el sudor que corre por las frentes no es de calor tropical, sino de presión.
Este martes, en un Estadio Nacional que promete estar lleno, la Sele se jugará el “todo o nada” frente a Honduras.
La única buena noticia de la noche es que la H también perdió.
Pero el mensaje quedó claro:
Costa Rica ya no puede fallar más.



